miércoles, septiembre 6

Maletas de cartón: Presentación en Bedmar

EL PORQUÉ DE ESTE LIBRO
Este libro es el final de un largo proceso, un deseo largamente alimentado: poder dejar escrito lo que yo considero una GESTA, una hazaña protagonizada por hombres y mujeres de este pueblo, pero no sólo de este pueblo. Andalucía entera sufrió la sangría migratoria en la década de los 60. Todos sabemos que muchos probaron suerte en Alemania, Suiza, Holanda o  Francia. Dentro del país, Madrid, Navarra, El País Vasco o Valencia fueron otros territorios a los que se dirigió mucha gente. Algunos de esos lugares, se han convertido casi en un segundo BEDMAR, como ha pasado con  Azagra.

El caso de Cataluña fue espectacular. De hecho, se la llamó la novena provincia andaluza, por la avalancha de migración que se produjo hacia Barcelona y su cinturón industrial. Casi un millón de personas nacidas en Andalucía se instalaron allí y allí han construido una nueva vida. Sus hijos y sus nietos han nacido en Cataluña, hablan catalán y en la próxima generación casi se habrán olvidado de dónde eran sus antepasados. 
Porque formé parte de ese momento de nuestra historia; porque fui protagonista de ese viaje mítico en El Sevillano en el año 1966, he vivido en mis propias carnes lo que supone salir del lugar seguro donde has pasado la infancia, para empezar de nuevo en un mundo completamente diferente: la vida urbana. El campo y la ciudad en los años sesenta eran dos culturas sin apenas contacto. Por eso, una muchacha de 15 años con pinta de pueblerina… (Eso era yo) llamaba la atención en la gran Barcelona. O tal vez no tanto… No sé, pero a mí me lo parecía y durante algún tiempo me sentí ajena y acomplejada. Pero junto con esa sensación de sentirse un bicho raro, llegar a la gran ciudad, empezar a trabajar, llevar un sueldo a casa, tener por primera vez vacaciones pagadas… Todo eso fue algo extraordinario. Tal y como yo lo recuerdo no se puede decir que fuese ningún drama, todo lo contrario. Me refiero especialmente a los adolescentes que de pronto nos encontramos con un mundo que nos ofrecía multitud de posibilidades. Pero por otro lado, nos exigía un gran esfuerzo para aprender nuevas formas de vida y de relación.  
Más que cultura catalana, yo siempre digo, que aprendimos cultura urbana, porque… repito: En aquella época había una gran distancia entre la vida de un pueblo y la vida en la ciudad. Recordad que en Bedmar no había agua corriente en la mayoría de las casas, que apenas había coches particulares, que la mayoría de nosotros no conocíamos el tren y menos el mar. ¿Cómo no iba a ser un reto la llegada a Barcelona? Pero los más jóvenes teníamos los ojos y los oídos bien abiertos a las novedades, una curiosidad sin límites y un mundo por descubrir.
Otra cosa fueron los mayores. Mis padres, por ejemplo, ya tenían su vida hecha en Bedmar. Como otros muchos agricultores, mi padre estaba pegado al campo. Tenía su huerta, sus olivas, su mula, su aparcería y un pequeño negocio de esparto. ¡Qué voy a deciros! Por él no se hubiera marchado. El futuro de los hijos fue lo que empujó a muchas familias a la emigración, sobre todo a aquellas que disponían de una pequeña o mediana propiedad y un vergel; incluso aquellos que se dedicaban al comercio podrían haber seguido aquí, pero no veían un horizonte claro para la prole. No fue lo mismo para otro colectivo, los menos afortunados, los que tenían que bajar a la plaza cada día para poder echar un jornal. A estos los empujó la supervivencia… Querían simplemente sobrevivir con algo de dignidad.
De todo eso hablan las personas que han participado en este proyecto colectivo.
Unos y otras comparten sus motivaciones, sus esperanzas y el recorrido que han hecho desde que llegaron a Cataluña. Los que se fueron cuando todavía no habían acabado la escuela, José el del Modisto, o Pepa Medina. Los dos acabaron la primaria en Barcelona, él empezó a trabajar con 14 años y ella siguió sus estudios. Los que, como yo, con 15 años nos incorporamos al mundo del trabajo al día siguiente de llegar, cuando todavía éramos unas criaturas. Y los más adultos, algunos iniciando una vida de recién casados, que nada más llegar ya estaban en la obra o en los talleres de la SEAT… Y en el caso de las mujeres, en talleres de costura o en pequeñas industrias. Y los padres de familia con una cierta edad, que tuvieron que plegarse a las circunstancias y trabajar en lo que saliera. Trabajos y horarios muy duros, para hombres acostumbrados a no depender de nadie.
¿Y las madres…? Ellas se quedaban en casa, como siempre, cuidando de que el puchero estuviera preparado a la hora de la comida, administrando los dineros, ahorrando para el piso… ¡Ay el piso, el sueño de todo emigrante! Un sueño que se hizo realidad en muy poco tiempo, gracias a la aportación de todos los miembros de la familia en edad de trabajar. Incluso algunas mujeres que nunca hubieran pensado que saldrían a trabajar fuera de la casa, encontraron pequeños talleres de costura donde echar unas horitas. También ellas tuvieron que hacer nuevos aprendizajes, acostumbrarse a salir por las calles de la ciudad, subir en los transportes públicos, comprar en el mercado productos que conocían, pero que tenían nombres diferentes… (Bledes, Monxetas… Acelgas y espinacas). Eso sí, en aquellos mercados había abundancia de todo, y en el monedero ya había dinero para ciertos alimentos que en Bedmar eran un lujo.
Historias que se parecen, pero que son únicas. Relatos que son trozos de vida, de luchas, de ausencias, soledades y también de alegrías y descubrimientos.  

  LAS MOTIVACIONES  
       Como ya he dicho en el inicio, este libro es un sueño largamente acariciado. Pero claro, como no soy una ilusa, ese sueño empezó cuando inicié mis estudios universitarios. Es decir, cuando pude vislumbrar de qué era capaz y adquirí las herramientas intelectuales necesarias para emprender un trabajo de investigación. Por eso, desde el segundo año de carrera, empecé a hacer entrevistas a andaluces en Cataluña. Y es que fue en la Universidad donde se produjo en mi la toma de  conciencia sobre quién era yo, de dónde venía y cual era mi lugar en una nueva sociedad, En esos años realicé varios trabajos de investigación que no tenían otro objetivo que acercarme a las vivencias de mis paisanos; andaluces de diferentes provincias y edades. También era un modo de aprender sobre mí misma y de recuperar la cultura rural donde me había criado.  
Quizás fue ese el motivo que me llevó, nada más llegar a Jerez en el año 2005, a recuperar historias de vida de las mujeres campesinas de un pueblo cercano a esa ciudad. Y desde entonces, he trabajado en diferentes poblaciones de Cádiz con el mismo objetivo: sacar a la luz la vida de tantas personas que han cumplido un importante papel en la sociedad, aunque nadie se lo haya reconocido. He disfrutado muchísimo con estos trabajos, he aprendido, he conocido hermosos pueblos, he publicado dos libros y he recibido un pago inmaterial: mucho agradecimiento, reconocimiento y cariño. ¿Para qué quiero más?     
La jubilación me ha dado algo fundamental para volver sobre esa asignatura pendiente: TIEMPO. Tenía claro que quería hacer este libro y estaba dispuesta a hacerlo. Sabía, por otras experiencias, que nadie me iba a pagar las horas… los meses de elaboración y redacción, pero eso lo tengo asumido. Trabajar en la cultura no es rentable económicamente, eso lo sabéis quienes estáis en este ámbito. Son otros valores los que se juegan en la elección de este camino.
 En fin… Con este trabajo creo que queda saldada una deuda conmigo misma, pero también con mis padres, a los que nunca les reconocí su sacrificio y que en estos meses he podido valorar. 
Pero también me ha movido en esta tarea una sensación de extrañeza que me embarga desde hace un tiempo. Me refiero al silencio, a la falta de memoria sobre nuestro pasado más próximo. Desde hace más de 20 años no se han hecho estudios serios sobre la emigración andaluza. Y los que existen están en las estanterías de las bibliotecas universitarias. El gran público nunca llegará a las tesis doctorales y trabajos universitarios.
Es como si todo se hubiera esfumado, como si no hubiéramos existido como colectivo. Yo creo que hay que romper ese silencio que ha invisibilizado durante años nuestra gesta, nuestra iniciativa, nuestra capacidad de lucha y de resistencia frente a la adversidad, y por qué no decirlo, la riqueza cultural y material que hemos aportado a la sociedad catalana. Y eso es lo que yo he querido hacer con este libro. Que la historia social salga de los estantes de las bibliotecas y llegue a los protagonistas, con la voz de los protagonistas.

 SER INVESTIGADORA Y PROTAGONISTA
Para mí ha sido un reto ser a la vez investigadora y protagonista del proceso migratorio. Cuando empecé la redacción no tenía claro cómo resolver esta cuestión. Luego… poco a poco, fui encontrando un resquicio para ir relatando mis propias vivencias. Pero, como dice Encarna Medina, en el prólogo, he evitado el protagonismo porque era necesario dejar hueco para los demás. En muchos de los capítulos mi voz no aparece más que para acompañar y dar sentido a los relatos, algunos de ellos emotivos hasta tal punto que, mientras escribía, muchas veces tuve que hacer un alto, respirar hondo y dejar pasar la lagrimilla.
Sí, en este libro he puesto mucho, mucho más que trabajo (un año entre la preparación y la redacción) y por eso para mí es tan importante. Volver al pasado no siempre es agradable, porque nos podemos ver sorprendidos por episodios que teníamos guardados en el rincón del olvido y que en su día nos hicieron sufrir. Al reavivarlos se producen un sin fin de emociones contradictorias. Por un lado, recuperas parte de ti, lo cual supone una toma de conciencia necesaria, sobre todo cuando se ha llegado a una cierta edad.  Pero también puede ocurrir que llores lo que en aquellos días lejanos no te permitiste.
Y eso no sólo me ha pasado a mí. También a algunas de las personas entrevistadas se les rompió la voz mientras contaban ciertos episodios, como la infancia de Francisco Cachano; un niño que tuvo que pedir por las casas en plena posguerra para poder comer; aquel viaje interminable en El Sevillano que todos recuerdan, o los primeros tiempos en la gran urbe echando de menos a la madre, a la abuela, los primos… Fueron momentos emocionantes, en los que tuve que parar la grabación. Y también me emocionó sentarme delante de una mujer de noventa y tantos años que salió de Bedmar con casi 50. Me conmovió su serenidad, su aspecto y la forma como se expresaba. Nadie hubiera dicho que aquella mujer había vivido parte de su niñez en el campo y que apenas pisó la escuela. Pensé para mí que aquella persona había hecho un recorrido admirable y valoré su capacidad para adaptarse a una nueva vida y sacar enseñanzas de algo que en un principio vivió como un drama. Curiosamente, ese día fue a mí a quien se le rompió la voz.  
En fin… Creo que con lo que os he contado y lo que Encarna ha dicho, os podréis hacer una idea de qué vais a encontrar en el libro Maletas de Cartón. Un mosaico hecho de trozos de vidas a las que he tenido el privilegio de llegar; un relato coral de historias sencillas, contadas con la extensión y minuciosidad que cada cual ha querido o ha podido.
Pero la emigración se dio en una etapa determinada de la España de la Dictadura y en unas condiciones económicas y políticas que explican muchas cosas y que no pueden dejarse de lado. Como ya sabéis los que conocéis mi estilo, mis libros se apartan del academicismo. Este también. Y por eso, toda esa información la he dejado apuntada a través de unos cuadros de texto extraídos de una bibliografía especializada. He querido que el libro sea fácil de leer para un amplio público y por eso, esas cuestiones de lectura más espesa y compleja, quedan separadas del relato coral.
Espero que lo disfrutéis. Y estoy abierta a vuestras preguntas.
Muchas gracias.      

    

No hay comentarios:

Publicar un comentario