martes, diciembre 5

Quizás yo soy el sueño de mi madre





Te hubiera gustado, madre. Quiero pensar que estarías orgullosa de tu hija, de tu Maria Teresa, que es como me llamabas. Tal vez hubieras recordado tu larga e infructuosa lucha para que pudiera estudiar, cuando eso de estudiar era un lujo al que sólo accedían unos pocos. Todavía tengo un vago recuerdo de la visita que hice contigo a un colegio de Jaén que se llamaba Sta. María de los Apóstoles, donde hiciste el último intento, mientras pasábamos unos meses en la capital, siempre buscando cómo salir adelante. En aquellos años sesenta ya nadie se conformaba con rezar y pedir a Dios que nos trajera mejores cosechas, o  como había pasado siempre, seguir viviendo sin más, con esa filosofía de la resignación, de que todo estaba ya escrito de antemano. Así eran, sobre todo, los campesinos, hombres y mujeres sujetos al destino, a la fatalidad... ¿Para qué luchar?


Por eso, ese día 24 de noviembre en Cornellá, no sé por qué dije aquello de "Soy el sueño de mi madre". Y la verdad es que no hablábamos de sueños entonces. Había que ser muy ilusa para imaginar una vida diferente a la de la escasez de aquel tiempo gris que, especialmente a ti, te tocó vivir y que la emigración transformó. Barcelona no fue un sueño cumplido; fue la estación donde paró el tren de la búsqueda de una vida más holgada. No pedíamos tanto, no. Cuando tu hija mayor encontró trabajo en la oficina de Manufacturas Petronius, tu ya estabas satisfecha. Habías renunciado a un título de maestra para mí y no estaba tan mal eso de ser oficinista. Un buen ambiente social en el fondo era lo que tú deseabas; relaciones con personas educadas, donde quizás encontraría al hombre que me llevase al altar. 
No estarás descontenta, madre. La verdad es que te salió bien. En mi trabajo llegué a ocupar un puesto de mucha responsabilidad; era reconocida y ganaba mejor sueldo que algunos compañeros varones, algo poco común en aquellos años. Tampoco te quejarás del hombre que llegó a mi vida y que cumplía con todas tus condiciones: educado, serio, trabajador y con estudios. Pronto me di cuenta de que, al fin y al cabo, eso era lo más importante para ti; que pudiera casarme y tener mejor vida que la tuya. Una vez "colocada", el sueño de mis estudios se diluyó. Una mujer casada tenía una obligación: dedicarse a su familia. Por eso, cuando inicié mi carrera universitaria no te vi contenta; de hecho, nunca sentí el apoyo que hubiera deseado, ni pude compartir mis éxitos contigo, ni mis buenas notas, la alegría de estar consiguiendo "tu sueño" ya abandonado. Me pregunto si ese desinterés se debía a tus miedos, ante un mundo nuevo y desconocido que se me abría. Siempre tuviste miedo de que tus hijas, especialmente nosotras, fuéramos por mal  camino en aquella gran ciudad que, para ti,  estaba llena de peligros. También la Universidad podía ser peligrosa porque allí encontraría a gente con unos valores diferentes, y quién sabe qué costumbres. No ibas desencaminada, madre. Fue así. La universidad me cambió. Viví los nuevos aires de la transición política: años 78-83. Las aulas fueron un despertar y, es verdad, encontré personas que en nada se parecían a nosotros; mujeres de mi edad y mayores, provenientes de la burguesía Barcelonesa, cuyas vidas se convirtieron para mi en modelos. ¡Ay madre! Fueron años felices, pero duros, porque tuve que luchar por mantener los pies en el suelo y seguir valorando lo conseguido. Era una madre de familia, pero estaba viviendo un mundo de jóvenes despreocupados. Pero del resultado de esa lucha surgió una nueva Teresa, mucho más consciente, menos inocente. Me hice mayor, aunque todavía era muy joven y anhelaba muchas cosas, todo lo que en mi adolescencia y juventud no pude vivir. De hecho, siempre he pensado que no tuve adolescencia. Demasiadas obligaciones y responsabilidad, demasiado "buena chica" para enfrentarme a las normas familiares. Hay etapas en la vida que hay que vivirlas, y yo me salté esa. Emigrar, buscar trabajo, levantarte antes de las seis de la mañana para estar a tiempo en la oficina, cumplir con todo lo que exige el puesto que ocupas... Era casi una niña en tantas cosas... pero adulta en responsabilidades. Ese no es el rol de una adolescente, pero, ya te digo, si te saltas una etapa, no hay vuelta atrás..
Me hubiera gustado, madre, contar con tu apoyo en esa etapa media de la vida, cuando me incorporé a un centro universitario como profesora. No recuerdo que aquello te hiciera feliz tampoco. ¿Se te había olvidado la lucha sin cuartel de los años infantiles para que, como otras no tan "listas", pudiera irme a estudiar? No disfrutaste mis éxitos, y eso que te perdiste. Pero también me lo perdí yo. ¡Cuánto me hubiera gustado poder compartir contigo mi ascenso en el camino profesional! Hubiera podido sentir tu valoración y tu orgullo de madre, que siempre guardaste para los demás. Sí, lo sé. Sé que presumías de tener una hija profesora, pero a mí nunca me llegaban tus alabanzas, sino tus exigencias y críticas. 
Por eso, porque te importaba mucho lo que públicamente pensaban de ti y de tu familia, creo que habrías disfrutado mucho esa tarde en Cornellá. Tu hija, esa en la que un día pusiste tantas expectativas, ha escrito tres libros y, en el último, ha conseguido dejar para la posteridad la lucha de tantas madres y padres, que tuvieron que abandonar sus casas para buscar una vida mejor para su familia. 
Y yo, emocionada, intentando poner palabras al momento. Todas las etapas de mi vida en una sala representadas. 
Faltaban algunas personas, pero las que vinieron me llenaron el corazón de gozo. Me hubiera gustado poder expresar bien lo que sentía, pero en esos momentos no es fácil y además no puedo evitar que me salga la espontaneidad y acabe diciendo cosas que ni estaban pensadas, pero que surgen sin poder remediarlo. Así soy yo, madre. A veces se me olvida nombrar a las personas más importantes, y luego no dejo de darle vueltas y de fustigarme por mi torpeza. Y, mira por dónde, esta vez estuviste en primer plano, porque hablé de vuestro sacrificio y del poco reconocimiento que recibisteis de nuestra parte, de tus hijos. Me vino a la cabeza una frase que leí en un libro: Haciendo el amor con música, de D.H. Lawrence, un escritor británico. Lawrence hablaba de lo difícil que es que cambien los valores y decía algo así: "Somos el sueño de nuestras abuelas" refiriéndose a la evolución de las mujeres. Lo que ellas no podían hacer por las condiciones en que vivían, lo que tenían que callar, por miedo, tal vez sus nietas pudieran realizarlo. Y entonces yo dije: pues yo soy el sueño de mi madre. Y ahí se me volvió a romper la voz por enésima vez en la tarde. Sí mamá. Aunque en los últimos años habías olvidado tu antigua lucha por sacarme de la costumbre y del destino casi inamovible de toda mujer nacida en Bedmar, yo no he olvidado que fuiste tú quien inoculaste en mi sangre el anhelo por salir de ese camino miles de veces transitado por multitud de mujeres de mí clase y de mi edad. Gracias, madre. No sé si estoy en lo cierto, pero me gustaría ser el resultado de ese sueño tuyo. 

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