jueves, enero 11

Algo más que una anciana venerable

Memoria y olvido son la vida y la muerte. Vivir es recordar, y recordar es vivir. Morir es olvidar, y olvidar es morir. (Samuel Butler)

Mami vino al mundo el Día de Reyes de hace ya la friolera de 97 años. Vivió su infancia en un hermoso valle, en la provincia de Pinar del Rio (Cuba). Aunque salió de la isla hace ya más de 30 años, sus expresiones y la musicalidad de su español nos llevan al Caribe.   
Me cuenta que su mamá y su papá se conocían desde siempre, porque eran vecinos. Las familias de ambos tenían unas fincas arrendadas en Rio Seco, muy cerca de la población de Pinar del rio. Su mamá se quedó embarazada con sólo 17 años. En aquella época, los pobres no podían hacer bodas y a veces se pasaban años hasta que se casaban. Algo que no nos resulta tan lejano a los que hemos vivido en el mundo rural, especialmente en Andalucía. Y así ocurrió en el caso de sus padres, pasaron por el altar cuando ya tenían varios hijos.

“Soy la mayor de 12. Mi mamá fue muy buena madre pero era pobre, más que pobre, miserable”. Con estas palabras trata de disculpar a su progenitora, que no tuvo la fuerza necesaria para poner en su lugar al padre de sus hijos. No, ella era ese tipo de mujer sumisa, capaz de soportar a un hombre que nunca se responsabilizó y que, incluso viéndola enferma y cargada de criaturas, la dejó embarazada antes de divorciarse definitivamente. Esta circunstancia, desde luego, ha sido fundamental en la vida de Mami.
Es delicioso e impactante sentarse a rememorar con ella cómo era aquel tiempo. Años veinte. Un país gobernado por oligarquías al servicio de Estadios Unidos y de espaldas a las necesidades de la clase campesina y trabajadora. No hay más que escuchar el relato de infancia de Mami para hacerse una idea del contexto en el que transcurrieron los primeros años de su vida.
Una mala época, con Gerardo Machado (1925-1933) al frente de un gobierno dictatorial, sin ningún interés por beneficiar a la mayoría de la población campesina. Un país donde se pueden dar tres cosechas al año y, según me cuenta, la gente no sembraba. “El campo no daba más que miseria. El boniato, la leche de vaca y la harina de maíz, -cuando había- era lo que nos salvaba del hambre. Claro que con 12 hijos y la escasez, su madre prefería quedarse sin comer para que las criaturas pudieran disponer de un mínimo de alimento. Sin embargo, la fruta sí se daba en abundancia en aquel valle y mami me cuenta que disfrutaba comiéndola directamente de los árboles: guayaba, plátano, mangos, pomarrosa… Todo muy natural, pero, a todas luces, escaso. Y lo peor es que todos eran tan pobres, que no podían esperar mucha ayuda de la familia. Si acaso, un “platico” de arroz con frijoles, dice mami, que le hacía su abuela, y con eso se conformaba. ¿Qué podía hacer la criatura?  


No debía de ser muy confortable la vivienda donde creció mami. Una choza hecha de materiales de diferentes árboles y de palma, una sola estancia, con el suelo de tierra, una cama, sin colchón, con unos sacos de azúcar, rellenos de hojas de maíz. Las sábanas se guardaban para cuando había alguna visita, pero diariamente, se dormía directamente sobre los sacos. Naturalmente, no tenían luz eléctrica ni agua corriente. Mami me regala una sonrisa pícara y exclama: “pues ya ves, bebiendo agua del rio y estoy viva”.   
Mientras escucho su relato, imagino a esa niña vivaracha, que se esfuerza por ayudar a su joven madre en las tareas del campo y en el cuidado de los hermanos menores. La escuela fue una anécdota en su vida, porque no tenía zapatos para poder ir con un mínimo de decoro, ni tampoco llegaba el dinero para comprar las libretas, así que unos días por una cosa, otros días por otra, al final acabó por abandonarla definitivamente. Antes del amanecer, con apenas 11 años, hacían el camino los críos de las familias campesinas hacia la cantina, que era como llamaban a las pequeñas industrias del tabaco. La puedo imaginar descalza sobre el barro, pisando piedras y guijarros, ramas secas, sorteando astillas y, a veces, clavándoselas. Y la vuelta a casa después de ponerse el sol. Otra vez andando el camino, con el cansancio reflejado en el rostro y sin saber si habría algo de cena al llegar a casa.  
Mami rememora con cierta compasión y comprensión aquel tiempo. ¿Cómo podían las madres dar tantos palos a las criaturas? ¿No era suficiente con lo que tenían que sufrir a diario? “Mi mamá nos daba palos, pero pienso que eso era porque se desesperaba con tantos niños y sin nada pa darnos de comer”
De novios no quiere ni hablar. “No he sido yo muy enamoradiza”- dice- Por aquellos campos las únicas oportunidades que había de contacto eran los caminos. Los enamorados salían al encuentro de las muchachas y pasaban del galanteo al arrumaco, siempre con el deseo de poder llegar al conocimiento carnal. Una prueba de fuego para ellas y el embarazo siempre al acecho. Los muchachos se declaraban con una carta que entregaban a la joven elegida y a partir de ahí empezaba la relación. “Él salía a mi encuentro, pero no podía conmigo… Yo tenía muy claro que quería ir “señorita” al matrimonio. Cuando pretendía propasarse, yo le tiraba piedras, le pinchaba con agujas... Yo era tremenda, además…, qué quieres que te diga, no estaba muy enamorá. Pero se hicieron novios, aunque no tuvo paciencia para seguir después de cinco años esperando que la situación económica cambiara para poder casarse. “Me planté y lo dejé”. No hay duda de que con 18 años mami tenía las cosas muy claras.
Para las familias campesinas era un lujo poder disponer de un médico, así que se curaban con cocimientos de hierbas, o simplemente dejando pasar el tiempo. Mami me cuenta que uno de los embarazos de su mamá no llegó a término porque enfermó de sarampión. A los ocho meses se puso de parto y venían dos criaturas. Entre la matrona del pueblo y ella consiguieron que las gemelas vinieran al mundo; una de ellas de nalgas. Así mami conoció desde muy pronto todos los secretos de la vida y de la naturaleza. Ella misma se encargaba de llevar al médico a aquellas criaturas, nacidas antes de hora y necesitadas de cuidados. “Estaban faltas de calor y me dijo el médico que les pusiera botellas de agua caliente. La mayor era una muñeca y se me murió en los brazos. La pequeña sobrevivió”. Así resume este episodio de su vida, sin darle mucha importancia, porque lo mismo que se encallecieron sus pies por falta de zapatos, aquella joven iría creando pequeñas costras en su corazón, para poder sobrevivir a tanto infortunio.   
Tenía 22 años cuando Mami se marchó a La Habana. Ya tenía edad de crear su propia familia y buscaba algo mejor que lo que le ofrecía el campo. No fueron fáciles esos años. Mami se casó y fue madre de una niña, pero no tardó en divorciarse.
De ninguna manera iba a repetir la historia de su mamá, así que trabajó de criada en varias casas burguesas; se esforzó por mantener y cuidar de su única hija. Como tantas madres del mundo, no tenía ayuda. Cuidar de una niña pequeña y trabajar le resultaba muy costoso y al final tuvo que mandarla con la abuela paterna, que fue la que, a partir de entonces, se hizo cargo del día a día de la criatura. La Revolución Castrista la encontró detrás del mostrador de una pequeña tienda de ultramarinos que consiguió abrir a fuerza de mucho empeño y sacrificios y con la que subsistió hasta que la llamada “Ofensiva Revolucionaria”, en 1967, le confiscó el negocio y se vio en la calle con lo puesto. De nuevo Mami tuvo que trabajar, esta vez para el Estado, en una fábrica de calcetines, y volvió a vivir la escasez y la tristeza de no poder dar a su hija lo que necesitaba. A pesar de todo, logró un puesto de niñera en la casa de un diplomático belga, que le proporcionó una estabilidad y una vida bastante digna durante algunos años.
Pero aún le quedaba mucho por vivir. Le aguardaba el exilio, junto a su hija, una exitosa cantante de ópera en Cuba, que, como otros artistas, salió de la isla y se instaló en Madrid en los años 80. Mami tenía ya más de 60 años y tuvo que reinventarse. Hasta 16 horas se pasaba con una mesita en la Plaza Mayor, vendiendo tabaco. No quería ser una carga, porque los primeros tiempos de cualquier exiliado no son fáciles. Tampoco para ellas lo fueron. Había cumplido los 70 cuando, por fin, tuvo la satisfacción de dedicar sus energías al cuidado de la casa y de su hija, que, casada con un actor, se dedicaba al mundo de la lírica y viajaba por todo el mundo cantando.  La última estación de destino fue Jerez, donde se siente como en su casa y disfruta de una calidad de vida envidiable.    
El pasado día 6 de enero Mami cumplió los noventa y siete. Nadie lo diría, porque todavía, al escuchar la música de su Cuba natal, se arranca a ritmo del Son y se convierte en el centro de la fiesta. “No lo puedo evitar, los cubanos llevamos el ritmo dentro”, exclama con esa sonrisa suya tan picarona. Todavía pasea por el barrio, aprovechando las horas de sol, asiste a clases de Chi kung y, si se tercia, acompaña a su hija al gimnasio y presume de fuerza física delante de los jóvenes. 
Estamos ante una mujer que disfruta de una buena conversación con cualquiera que se le acerque, está al día de todo lo que ocurre en el mundo, discute acaloradamente sobre las últimas noticias y comparte con las amigas de su hija momentos de fiesta y celebración. En definitiva, Mami rompe el estereotipo de la viejecita encantadora, no porque no lo sea, sino porque es una mujer de una fuerza, una lucidez mental y un carácter que no se ajustan a su edad biológica. Lleva sobre sus espaldas la historia de un siglo; ha vivido la pobreza más absoluta, ha sufrido lo indecible, porque fue educada en un sistema social y cultural terriblemente injusto, especialmente con las mujeres; sabe de amores y desamores; ha luchado con todas sus fuerzas para no tener que depender de ningún hombre; conoce el sabor agridulce de una revolución fracasada, y finalmente experimentó el gran desgarro de abandonar su tierra y empezar una nueva vida cuando ya era una mujer madura.
Seguramente guarda dentro de sí multitud de vivencias que no comparte con nadie. Son demasiados años, muchos escenarios, ilusiones rotas, momentos que rozaron la felicidad. No hay duda de que la vida de Mami tendrá rincones a los que ella misma no quiere ya asomarse. Pero quizás, a cierta edad, viene bien eso de que la memoria sea selectiva y se contente con recordar lo bueno, lo menos doloroso, fragmentos de vida que no puedan arruinar el presente, que es al fin y al cabo lo que Mami todavía puede disfrutar con su increíble vitalidad.  FELIZ CUMPLEAÑOS, mami. 

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho conocer más sobre la vida de esta entrañable mujer. ¿Para cuándo el nuevo libro con la Mami de protagonista, Teresa?

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